Publicación de Datos Históricos: “Lampazo”

Publicación de Datos Históricos: “Lampazo”
En el corazón de Buenos Aires, dentro de la vieja fragata Presidente Sarmiento, se guarda un secreto que no tiene que ver con relojes ni cañones, sino con la memoria de un amigo que nunca quiso irse: Lampazo, el perro marinero.
No nació para ser héroe ni para ocupar un lugar en un museo. Era un terranova de mirada noble y pelaje espeso, que un día simplemente subió al barco sin pedir permiso, como si el mar lo hubiera llamado por su nombre.
Los marineros lo bautizaron “Lampazo”, en broma, porque su cola barría la cubierta como un cepillo. Pero con el tiempo, ese apodo dejó de ser un chiste: Lampazo se volvió parte de la tripulación, un compañero de guardia, un guardián silencioso entre las olas.
Un día, durante una tormenta, un marinero cayó por la borda. Sin dudarlo, Lampazo saltó tras él. Nadó entre olas gigantescas, sostuvo al hombre con su fuerza y su instinto, y lo mantuvo con vida hasta que pudieron rescatarlo. Desde entonces, nadie volvió a llamarlo “perro”: era camarada, hermano, héroe.
Pasaron los años, y como todo ser vivo, Lampazo también encontró descanso. Pero sus compañeros no soportaron la idea de despedirlo al mar.
¿Cómo arrojar al olvido a quien había salvado vidas y llenado de lealtad los días más duros?
Lo embalsamaron y lo dejaron allí, en la fragata, para que siguiera vigilando su puesto.
Hoy, su cuerpo descansa tras un cristal, en el mismo barco que un día eligió como hogar. Los visitantes lo miran con ternura, los marinos le dejan flores, y los niños escuchan una frase que se repite con cariño y respeto:
> “Ese no era un perro cualquiera. Era un marinero.”
Entre maderas viejas y cañones silenciosos, la presencia de Lampazo sigue recordando una verdad sencilla y eterna:
La grandeza no siempre viste uniforme.
A veces, solo mueve la cola y late en silencio…
Porque Lampazo nunca se fue realmente.
Sigue ahí, vigilando el horizonte, como el alma fiel de un mar que nunca olvida.

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