Por el Maestro Ramón Fonticiella: ¿A quién le pesa el Estado?

Por el Maestro Ramón Fonticiella: ¿A quién le pesa el Estado?

Algunos uruguayos hace tiempo que se quejan del peso del Estado. La mayoría de nosotros no entiende muy bien de qué se trata, pero a veces nos sumamos a las voces reclamantes, y hasta votamos a favor de candidatos que quieren reducirlo. Claro, cuando caemos en la realidad de que lo bueno es tratar de entender de qué se habla, aparece un “novelón violento o sentimental” que ,por los medios, nos saca del razonamiento, nos aletarga las neuronas y abandonamos la tarea de educarnos.

Sería muy bueno que supiéramos que el Estado no es el gobierno; éste es el reducido (¿?) grupo de servidores políticos públicos que debe administrar el Estado, es decir el patrimonio territorial, financiero, productivo, social y de futuro de todos los habitantes. Decir que es mucho “el peso del Estado”, es decir que pesa mucho el país. Puede ser, pero hay pesos que es imprescindible soportar, y mejor se hace si lo repartimos entre todos.

Habitualmente quienes se molestan con el peso del Estado, lo hacen en referencia a los costos sociales: salud, educación, seguridad social, atención a la discapacidad, políticas de equidad y cosas por el estilo. Esos grupos sociales no suelen quejarse de que el Estado pesa cuando reduce impuestos a la producción en casos de inundaciones o sequías. Esos reclamos se vuelven muy fuertes, como que hubiera dos clases de estado: el de los que tienen, y el de que quienes no poseen bienes. Aquellos merecen el esfuerzo estatal, los pobres no. Tampoco en general se escuchan quejas empresariales o conservadoras hacia los costos militares no necesarios o a las jubilaciones de privilegio de algunos mandos; sí trascienden los reclamos por los beneficios a los desposeídos, enfatizando que “no hay que mantener vagos…”

Hace algunas horas un selecto núcleo empresarial elevó su queja por el criticado “peso”; lo entiendo, pero no lo comparto. Si quienes tienen recursos no los comparten con los desvalidos, el Estado debe recaudar lo necesario para esa atención. Ha sido una constante de los gobiernos conservadores, recurrir a los bolsillos más fáciles: asalariados, jubilados, estructuras de salud, educación, por ejemplo. Son cargas que esos sectores no pueden evitar, mientras que quienes deberían aportar mediante tributación a sus actividades lucrativas, prefieren a veces depositar sus activos en el extranjero y ganar rentas que no comparten.

La gran diferencia está en la visión que del Estado tiene cada sector. El conservadurismo en general prefiere que casi no exista: que cuide sus intereses, su seguridad, haga carreteras y baje migajas a la educación y la salud popular. Los pertenecientes, de verdad, a ese sector tienen recursos para mantenerse sanos y educados en forma privada. Quienes dependen de la atención pública necesitan “el poncho del Estado”. Son dos modelos de sociedad que por ahora están en pugna. Los menos, tienen poder económico y político; los más (el Pueblo) tienen el derecho de vivir, que es más que sobrevivir, y lo lograrán teniendo claro cuál es el rol del ser humano en la sociedad: nunca ser instrumento de uso por parte del poder, debe ser sujeto de disfrute equitativo de la vida, con esfuerzo colectivo.

A algunas brazadas de distancia de este paisito, uno de los ocho países más grandes del mundo, está desmantelando su estado equitativo. Argentina se enamoró de una propuesta anti estatista a ultranza, posiblemente sin que los 15 millones de votantes que la apoyaron, tengan muy claro qué ganarán y que pueden perder. Se comenta que muchos aplaudieron a rabiar cuando el nuevo presidente anunció que reduciría ministerios para ahorrar. Puede tener razón, pero empezó decretando el fin de la cartera que atendía a la Mujer, la Discapacidad, el Género y la Diversidad; dio una señal dramática de cuál puede ser el destino de los más débiles. Allá ellos, duelen, pero no podemos intervenir; debemos preocuparnos para que no se desmantele nuestro Estado.

El proceso de enraizar el pensamiento conservador se inició el primer día de este gobierno, y sigue firme. En definitiva, pareciera que el Estado debe estar al servicio de los poderosos. En la pandemia, por ejemplo, el presidente fue muy claro. No se podía tocar a lo “malla oro”, pero si cargar impuestos extraordinarios sobre sueldos de los trabajadores. Algo así como que “el peso del Estado” deben soportarlo los que menos tienen. Por otro lado, el corte que se viene dando a los recursos y las políticas de la educación, son para crear mecanismos de carne y hueso: que adquieran habilidades, pero sin pensar mucho; nada de filosofía o elementos que desarrollen la mente. Si no se piensa, no se sabe ni porqué se pasa hambre, frío o se ve morir familiares por magra atención.

Es tiempo de cambios.

Los gobiernos son quienes conducen el Estado; si elegimos gobernantes con pensamientos y programas humanistas, ganaremos los seres humanos. Si la mayoría opta por votar a economicistas, ganarán las finanzas, perderán la Tierra, el Agua y las personas.

Hay tiempo para pensar.

No todo en la vida es trabajo, entretenimiento y materia: podemos ejercitar el cerebro; es quien nos abrirá puertas inmateriales y evitará que nos masifiquen.

Entradas relacionadas

Deja tu comentario