“El domingo pasado nació un nuevo movimiento político de origen blanco: el lacallismo”.
El domingo pasado, en coincidencia con el referéndum y luego de un proceso que duró más de dos años (donde se cocinó a fuego lento, pero intenso), nació un nuevo movimiento político de origen blanco, pero con vocación de expandirse hacia otros colores y ocupar un amplio espectro del escenario nacional: el lacallismo.
Mientras todos nos concentramos en analizar el resultado electoral, en el que por solo 1.1% de diferencia el gobierno, y en particular el lacallismo, logró mantener los 135 artículos de la LUC cuestionados en el referéndum, se concretaba y finalizaba el ciclo de creación del novísimo movimiento, cuyo rasgo distintivo es el liderazgo absoluto, total, de Luis Lacalle Pou.
No solo encabezó toda la campaña para defender la LUC, su contenido, su esencia, su ideología, con largos discursos, entrevistas televisivas y radiales, sino que además convocó a la conferencia de prensa que competía con la cadena de radio y TV nacional de los partidarios del SÍ e impuso que luego de su palabra, nadie más del NO interviniera, polemizara o se manifestara, porque él era la última palabra.
Muy buen comunicador en un mundo de pocas ideas, de miradas cortas, de falta de imaginación, parece ser condición suficiente. ¿En el Uruguay?
Si faltara algo, luego del rutilante resultado en que con todo el poder de su mano, el del dinero a raudales (¿quién lo puso…?), el de la proporción abrumadora de la publicidad y de la cobertura de los medios, se mantuviera íntegra la LUC por algo más de 20.000 votos de diferencia en más de dos millones, el resumen, el discurso de finalización de la campaña, lo pronunció Lacalle rodeado de toda su corte y fue una síntesis de sus ideas. Pocas, pero firmes.
Y ese es su gran proyecto: ocupar todo el espacio posible en el gobierno, en el Partido Nacional, en la coalición multicolor y, si lo dejan, en el país.
Esa aparición fue la síntesis de su visión del país, completa, plena, absolutamente de derecha. Porque ese fue el gran desplazamiento, inflarse, ocupar todo el espacio posible y correrse todos los días hacia la derecha un poco más.
Ante el mínimo atisbo, mención de un diálogo con las fuerzas políticas y sociales que obtuvieron el 48.8% de los votos por el SÍ, les tomó el pelo. A ellos y a todos. Mencionó que las puertas del palacio estaban siempre abiertas para montar la apariencia de que había un diálogo, para no ceder en nada de lo importante y que ahora que el arma principal de su proyecto de país y de Estado seguía incólume, la LUC lo utilizaría a fondo. Además, le agregaría otras partes, las que faltan para su plan, la reforma de las jubilaciones y pensiones, de la enseñanza y alguna otra cosita.
Y el otro Luis, Heber, afirmaba suelto de lengua que ahora sí la policía iba a utilizar toda la LUC…Un poco más y los llamamos los “Luises”.
El que no quiso entender el mensaje que siga reclamando diálogo y recibiría las mismas amables sonrisas y el mismo portazo en la nariz.
Pero si no dialoga ni con su partido, donde manda a diestra y siniestra (a los colorados les asignó el triste papel de furgón de cola y los únicos que corcovean son Manini Ríos y los suyos), ¿por qué va a dialogar y negociar con los “otros”?
Las declaraciones del líder de Cabildo Abierto, que tiene una leve preocupación por el futuro como demostró en sus declaraciones en el Ball room mientras se conocían los resultados: “Porque con esta diferencia en dos años no está más”….Es que a Manini no lo tienta un suicidio político impuesto por Lacalle. Eso sí unitariamente.
Si faltaban señales, no solo políticas, sino ideológicas, el Presidente jefe de campaña afirmó que él no veía dos países, sino dos formas de ver la realidad. Porque su proyecto es cargar con fuerza para conquistar porciones de esa “otra visión”. Y la cúspide del discurso lacallista fue cuando pretendió defender a la policía, como si fuera suya, de su gobierno y no del país y del Estado.
Con esa policía su gobierno quiere hacer lo que quiera, zarandearla, cambiar de un plumazo los mandos principales. El Presidente de la República agredió en persona a un policía con 38 años de servicios distinguidos, como Mario Layera, porque se atrevió a dar su opinión, pero no solo. También quiere reducirles los sueldos y recordarnos a todos que en la primera etapa del lacallismo se produjo la primera y única huelga policial de la historia del Uruguay, durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle Herrera.
No porque existiera un sindicato, sino porque había hambre. Les pagaban 5.000 pesos por mes, los tenían vestidos como mendigos, equipados como el último escalón del Estado y les entregaban alimentos vencidos como forma de pago.
Pero algunos –no todos los sindicatos policiales– se compraron entero el verso de la protección legal para desbordarse y para utilizar la fuerza más allá de lo que corresponde. Y en los últimos meses de la LUC el discurso del aumento de la seguridad se desmoronó totalmente. Hoy en la sociedad uruguaya, a pesar de las rimbombantes declaraciones oficiales la sensación de inseguridad, es igual o peor que antes. Y vamos barranca abajo. Verán.
Y para los extremos tiene, además, al director de Convivencia Ciudadana del Ministerio del Interior, Santiago González, para permitirse la “delicadeza” de acusar al Frente Amplio y al PIT-CNT de estar contra la policía. Discursos antidemocráticos de los años ´60 y ´70. Imperdonables.
¿Cuál es el objetivo del lacallismo? Sabe que la reelección es cosa brava en el Uruguay, así que pisa con cuidado las arenas movedizas, pero lo que es claro es que quiere que SU Partido Nacional, alineado con SUS pocas ideas y su mano firme y risueña, sea el gran partido de la derecha y de los multicolores, y que los otros queden reducidos al coro. Sin el tronco central, sin SU partido nada sería posible, quiere romper el maleficio de que los blancos gobiernan cada 30 años.
Debe ser por los excelentes gobiernos que han realizado o por las embestidas bagualas de los colorados.
Es incompleto afirmar que la LUC es su pieza maestra, su instrumento fundamental, hay otra tenaza gigante y mucho más destructiva: la entrega del puerto de Montevideo por 60 años a los belgas de Katoen Natie, que además en el momento oportuno lo venderán al mejor postor. Lo repito, esa es la gran diferencia entre el lacallismo y el herrerismo. Jamás Luis Alberto de Herrera hubiera entregado el puerto, como se opuso a las bases militares norteamericanas en Uruguay y, además, nadie en sus muchos años de militancia política puede decir que se puso un peso que no le correspondía en el bolsillo. De derecha sí, pero nacionalista en serio.
¿Cómo puede alguien seguir llamándose nacionalista, cuando cumplió por decreto, violando la Constitución y dos leyes fundamentales como la de Puertos y la de la Competencia, la mayor entrega de la soberanía nacional desde el nacimiento del país?
El lacallismo no es omnipotente, como no lo ha sido nadie en este país, ni Máximo Santos, que creó un departamento para seguir en él cargo, ni los miserables dictadores de los años ´70 y ´80, su poder tiene mucho que ver con la oposición, con su claridad, con su rumbo, su firmeza, de no dejar pasar paquidermos vergonzosos como la entrega del puerto, no sumarse a partes de una LUC que no tiene justificación o votar junto al oficialismo la destrucción de Casa de Galicia. Disculpen compañeros, pero no puedo sacarme la costumbre de pensar con cabeza propia.
La libertad de los torturadores y asesinos para descansar en sus moradas, la ley de medios a cambio, para consolidar aún más el rincón antidemocrático de nuestra sociedad: los medios de comunicación; los 60 años de un decreto delictivo de entrega del puerto, que se enfrentó correctamente por el FA llevando todo a la justicia y con intensa actividad parlamentaria. Falta movilización popular. Si los 135 artículos de la LUC son un opio, la entrega del puerto es una derrota nacional. Y eso es lacallismo puro y crudo, con todas sus implicancias.
Se da el lujo de tener su ala inimputable y de ultra derecha, encabezada por Graciela Bianchi. No es un exabrupto, es parte del plan del lacallismo.
Está claro que el gobierno encabezado por el novel movimiento lacallista no aprendió, ni quiere entender nada del referéndum, pero la oposición política, social, cultural, vaya si tenemos que aprender. No pensando en el 2024, sino en ahora, en mañana.
Porque es ahora y mañana que se cuece el futuro del país, que se enfrenta la ofensiva ideológica de la derecha, vendida y difundida por muchas consultoras de opinión, como verdad sacrosanta y luna de miel. No todas.
¿Habremos aprendido no solo de ese 48.8%, sino de los miles y miles de pobres, de gente postergada que en zonas deprimidas y olvidadas del país que votaron por los responsables de sus males? Si no lo aprendimos para hacer circular la sangre con fuerza renovada, como sabe hacerlo la izquierda y el progresismo uruguayo, estaremos negando nuestra historia, que vaya si existe. Esta batalla por el referéndum lo confirmó plenamente.