“Sociedad automedicada”: los mitos y riesgos sobre salud mental en los jóvenes

“Sociedad automedicada”: los mitos y riesgos sobre salud mental en los jóvenes

Bafico y Trenchi advirtieron sobre una “cultura de autodiagnóstico” que impacta en la identidad juvenil en las redes sociales.

Cinco años después de la pandemia, algunos de sus efectos más profundos siguen presentes. La expansión de la virtualidad, el avance de la inteligencia artificial y una nueva forma de pensar la salud mental marcan el pulso de esta época.

Lo que empezó como una adaptación forzada se convirtió en una forma establecida de habitar el mundo: relaciones mediadas por pantallas, algoritmos que ofrecen respuestas, y la exposición a consideraciones sobre el malestar psíquico, frecuente en redes sociales.

Pero cuando estos fenómenos se combinan, el resultado no siempre es positivo. El modo en que se habla de salud mental en internet tiende a simplificar y por momentos a ofrecer certezas inmediatas, en un terreno que requiere tiempo, escucha y cuidado.

En marzo de este año, la revista Psychology Today condujo una investigación acerca de la mutación del concepto de salud mental en las generaciones más jóvenes y su relación con las redes sociales. El artículo, llamado “TikTok Therapy: How the Gen Z Trend Is Reshaping Mental Health”, analiza cómo las redes sociales, especialmente TikTok, están modificando la forma en que la Generación Z percibe, nombra y busca tratar su malestar psíquico.

El texto advierte que más del 83% del contenido de salud mental en la plataforma es engañoso o impreciso, y que muchos jóvenes se autodiagnostican basándose en videos breves y simplificados que reducen trastornos complejos a listas de síntomas fáciles de identificar. Si bien se reconoce que esta visibilidad ha ayudado a minimizar estigmas y a generar comunidades de apoyo, también se subraya el riesgo de trivializar condiciones serias, postergar la consulta profesional y convertir las emociones cotidianas en etiquetas clínicas.

El artículo describe además el funcionamiento del algoritmo de TikTok, que favorece un ciclo de retroalimentación en el que los usuarios, al interactuar con ciertos temas, reciben más contenido similar, muchas veces más extremo. Esto puede intensificar la ansiedad o crear una falsa percepción de padecer determinado trastorno.

A esto se suma una cultura de la validación constante a través de likes y comentarios, que puede reforzar diagnósticos no clínicos por parte de la comunidad. Frente a esto, el artículo llama a fomentar la alfabetización digital y emocional, el pensamiento crítico y la intervención activa de profesionales de la salud mental en estos espacios.

En 2020, el psicoanalista y doctor en Psicología Jorge Bafico advirtió, en una entrevista con Montevideo Portal, que había que tener “mucho cuidado con los diagnósticos”, sobre todo, en lo que describía como una “época de diagnóstico fácil” en el marco de una “sociedad automedicada”.

“Estamos en un tiempo en que rápidamente se saca un arma y se diagnostica, y se dice ‘es bipolar’, ‘es depresivo’, ‘es ansioso’, ‘es fóbico’, ‘es esquizofrénico’, y los sujetos empiezan a cargar con ese diagnóstico como parte de su personalidad. Es parte de su nombre y eso genera muchas cosas, por lo que debemos tener cuidado”, afirmó.

Cinco años después, Bafico no solo mantuvo sus palabras, sino que redobló su tesis de aquel entonces, y afirmó que hoy la sociedad se ha convertido en un “mundo de cáscaras”, donde “no hay contenido, solo etiquetas”.

“Hoy la psiquiatría funciona basada en un manual estadístico, por lo que, si vos cumplís tres o cuatro características determinadas, te nombran con algo. No sos una historia que camina y te determina, pasás a ser un nombre que tiene que ver con una fenomenología como la depresión, ansiedad, fibromialgia, bipolaridad, entre otros”, sostuvo Bafico.

¿Por qué entonces, en una sociedad de etiquetas, hay tantos jóvenes que se autoperciben voluntariamente con trastornos y enfermedades?

Según el psicoanalista, se trata de dos cuestiones. En primer lugar, Bafico sostiene que el mundo hoy es “muy complejo” y muy diferente de lo que vivieron generaciones anteriores. “No quiere decir que todo lo de antes era mejor”, aclaró.

“Antes, cuando yo era niño, tenía que recurrir a un otro para preguntarle algo. Hoy la tecnología hace que vos no necesites de un otro, de presencia. Tenés el celular que te cuenta cómo es la vida. La inteligencia artificial es una de esas cosas. […] Entonces se genera un mundo de ficción en el cual el sujeto se construye, hay una ruptura en el lazo con el otro”, sostuvo.

A raíz de ese primer punto, Bafico expresó que “lo simbólico está en problemas”, y en sus manifestaciones clínicas aparecen “muchos sujetos erráticos”, que ven un rasgo de su personalidad en alguna condición médica y se identifican desde ahí. “Algunos pueden ser, otros no, pero hay un rasgo de esta época: la inexistencia de lazo con el otro. Lo que antes era el barrio, la familia, el poder del fútbol, la cantina, hoy no tiene ese peso”, subrayó.

Los efectos de la “cultura de diagnóstico”

“La gente se nombra desde la patología y lo toma como algo normal, cosa que precisamente no lo es. Si trabajás en una terapia; en un tratamiento, mejorás. No es que seas para toda la vida así”, describió Bafico.

Este cambio de paradigma en los jóvenes con respecto a la salud mental supone “ponerse un nombre y pensar en la vida con relación a eso”, hecho que resulta problemático. “Me dicen que soy bipolar, ¿qué es ser bipolar? Fluctuar de humor drásticamente. Hay que pensar por qué fluctúas. Porque si no, el nombre hace que el problema no sea tuyo, el problema te antecede”, dijo Bafico.

El psicoanalista explicó que hay diferentes características en la personalidad, que esto es algo normal y que se puede trabajar en ello. “Si no lo trabajás, te pusiste un sello y te condenaste de por vida, y eso para mí es muy peligroso”, enfatizó.

La raíz del problema: una “batalla perdida”

Preguntado sobre cómo contrarrestar o “ganarle” a la trivialización de la salud mental provocada por la dependencia a la IA y las redes sociales, Bafico negó la posibilidad de hacerlo, porque es un problema que “ya está instalado”.

“No se puede combatir lo que no tiene posibilidad de combatirse. ¿Qué le vas a decir a la gente? ‘No miren Instagram’, ‘no usen Google’, ‘no utilicen inteligencia artificial’. Es como decir: ‘mi hijo no tiene Play en mi casa’. Sí, pero va a la casa de un amigo. No lo sacás del objeto. […] Lo que hay que pensar es: bueno, ¿qué podemos hacer para que eso mejore la calidad del estudiante? No podemos prohibir. […] Entonces también tenemos que ver el problema de cómo un sujeto se aliena con la inteligencia artificial y le pide que domine su vida. […] Y te lo dice con buen criterio, con criterios estadísticos, porque son lógicos, pero no son singulares. […] Yo creo que el mundo se está globalizando y todos somos como iguales. Y al final no sabemos lo que somos”, reflexionó.

La función del síntoma y la clínica que resiste

Consultado sobre qué lugar puede tener el psicoanálisis ante un joven que llega convencido de tener un diagnóstico por haberlo visto en TikTok, Bafico sostuvo que esa certeza “ya es parte del problema”. Según explicó, el trabajo clínico no puede ser solo confirmatorio, sino que debe abrir un proceso de preguntas.

“Una persona que viene a decirte ‘yo tengo tal cosa’, en realidad te está diciendo ‘decime otra cosa’, porque si no, no vendría. Si no, se quedaría con el diagnóstico que vio en Google o en TikTok”, planteó. En ese sentido, afirmó que muchas veces el rol del profesional es “ponerle un palo en la rueda”, con el objetivo de permitir que surja algo distinto a lo que el sujeto ya cree saber sobre sí.

A su vez, advirtió que esta lógica de “autodiagnóstico más validación” puede generar una cristalización del sufrimiento. “Es como si uno agarrara el síntoma y lo pusiera en una vidriera, como si fuera un trofeo”, señaló, y añadió: “Cuando uno dice ‘soy ansioso’ o ‘soy depresivo’, ya lo nombró, y el problema es que eso da una especie de tranquilidad. Porque si yo soy así, no tengo que hacer nada más”.

Esa tranquilidad, explicó, es una trampa. “El síntoma, cuando no se interroga, se convierte en una identidad. Y si eso pasa, ya no duele, pero tampoco cambia”, indicó.

El lugar del profesional en un ecosistema saturado

Frente a la circulación masiva de contenidos sobre salud mental en redes sociales, Bafico fue escéptico sobre la posibilidad de que los psicólogos o psicoanalistas puedan competir con ese volumen de información. “Vos podés subir un video de TikTok, pero el algoritmo va a elegir cuál muestra. Y no va a ser el que problematiza, va a ser el que da respuestas rápidas”, advirtió.

Pese a eso, reconoció que el rol del profesional no debe quedar restringido a la consulta privada. “Uno tiene que estar atento a lo que pasa culturalmente, porque eso afecta la clínica. Pero también hay que tener cuidado con transformarse en un influencer”, reflexionó.

No todo es diagnóstico: el deseo como brújula

Como cierre, Bafico se detuvo en la diferencia entre “ser nombrado por un diagnóstico” y “empezar a hablar desde lo que a uno le pasa”. En sus palabras, el trabajo terapéutico consiste en correr al sujeto del lugar pasivo de quien recibe una etiqueta, para que pueda convertirse en autor de su propia pregunta.

“Si alguien viene y dice ‘tengo esto’, yo no le voy a decir ‘no, no lo tenés’. Le voy a preguntar qué le pasa con eso y romper el sentido de lo que trae”, concluyó.

Desde su experiencia como psiquiatra de menores, Natalia Trenchi observa con claridad el crecimiento de una “cultura de autodiagnóstico en adolescentes”, pero advierte que no se trata solo de un fenómeno cultural influido por TikTok. También es, en muchos casos, el resultado de un sistema de atención que deja poco margen para comprender el sufrimiento psíquico con profundidad.

“La salud mental es la prostituta de la política”, dijo. Con esa frase, Trenchi resumió su crítica a la falta de planificación, recursos y visión estratégica en la atención de salud mental. Y explicó que esa carencia afecta directamente a la práctica profesional: “No hay recursos para hacer buenos seguimientos”.

Entre etiquetas y recetas

Trenchi comparte con Bafico la observación de que cada vez llegan más jóvenes al consultorio con la certeza de tener un diagnóstico. “Ya sé lo que tengo, vine a buscar la medicación”, repiten. En otros casos, se presentan diciendo: “Me dijeron que tengo esto”, sin poder precisar cómo se llegó a esa conclusión. Frente a ese tipo de demanda, el diagnóstico se transforma en una respuesta rápida, más que en una herramienta clínica.

A eso se suma la presión asistencial: “Te dan 15 minutos para ver al paciente y hacés lo que podés”, afirmó. “Estás presionado para dar una solución rápida. Se espera que uno saque una receta y chau. No tenés mucho margen”, sumó. El tiempo reducido y la falta de dispositivos complementarios hacen que, muchas veces, la medicación sea lo único posible. Pero eso, advirtió, no es una decisión clínica ideal, sino una respuesta condicionada.

“Los buenos psiquiatras no”

Con respecto al uso extendido de psicofármacos, Trenchi fue enfática: “A veces me dicen que los psiquiatras damos medicamentos con mucha facilidad, y yo siempre contesto lo mismo: los buenos psiquiatras no”. Para ella, la medicación debe ser un recurso cuidadosamente evaluado, no una solución de primer orden. “Lo que más me preocupa es cuando ese diagnóstico no tiene en cuenta al adolescente como persona entera, con historia, contexto y características propias”, indicó.

En ese sentido, defendió el valor del diagnóstico cuando está bien hecho: “Un diagnóstico bien hecho no es una sentencia, es un mapa. Te dice dónde estás, qué dificultades tenés, y qué caminos podés explorar para mejorar. Pero no te define”.

El algoritmo y los 30 segundos

Al hablar del rol de TikTok y otras redes sociales, Trenchi reconoció que muchos adolescentes llegan convencidos de tener tal o cual trastorno por lo que vieron en línea. “Un video de 30 segundos no puede explicar bien ni siquiera lo que es la ansiedad”, sostuvo. Según su visión, el formato de consumo rápido impide matices, genera confusión y estimula la identificación directa con etiquetas diagnósticas.

“Los adolescentes están en una etapa donde buscan pertenecer”, señaló. Y en ese contexto, las categorías como la ansiedad, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) o la bipolaridad pueden ofrecer un sentido inmediato. Pero, advirtió, “el TDAH se ha transformado en un cajón de sastre”. Lo que antes era una categoría específica hoy se usa como explicación para una enorme variedad de comportamientos y sensaciones.

Profesionalizar la palabra

Trenchi aludió al rol de los especialistas frente a la desinformación en redes sociales. Ante el dato de que más del 80% del contenido sobre salud mental en TikTok es falso o engañoso —como expuso Psychology Today—, insistió en que los profesionales deben involucrarse.

En lugar de apostar por prohibiciones o alarmas, propuso construir herramientas desde la infancia: “Necesitamos enseñar desde chicos a ponerle nombre a las emociones, a saber que está bien sentirse mal a veces, que no todo es enfermedad. Y también a pedir ayuda cuando de verdad lo necesitamos”.

¿Los jóvenes se medican más o menos que antes?

En cuanto a si hoy hay más adolescentes medicados que hace una o dos décadas, Trenchi fue cauta: “Yo no tengo datos oficiales. Hay estudios de la Facultad de Psicología, hay estudios de ASSE, hay estudios de particulares, pero no tenemos un estudio global”. Sin embargo, compartió lo que observa en su trabajo cotidiano. “A mí me parece que sí hay más chicos que se medican, pero no se medican porque haya una epidemia de enfermedad mental. Se medican porque en parte hay más conciencia”, señaló.

Explicó que muchas situaciones que antes quedaban invisibilizadas hoy se detectan con mayor facilidad, lo que lleva a más consultas y, en consecuencia, a más prescripciones. “Antes los adolescentes estaban igual, pero no venían a consultar. Ahora vienen, y se les puede ayudar”, dijo.

De todas maneras, la especialista puso sobre la mesa los intereses de la industria farmacológica, la segunda industria que más dinero mueve a nivel mundial, solo superada por las armas de fuego.

Sobre esto, mencionó un caso concreto: “Acá hubo un aumento muy importante de la importación de ritalina de un año para otro. ¿Sabes qué pasó? Que la ritalina se usaba solo con niños y los psiquiatras de adultos no diagnosticaban déficit adicional; hasta determinado momento en que empezaron a diagnosticarlo y a usarla, y ahí se produjo un aumento muy importante de la importación, que ahora está mesetizado”.

Más allá de esto, se refirió a que la medicación no es la única respuesta, y comentó sobre casos de personas que descubrieron tener condiciones como TDAH y optimizaron su vida alrededor de ella para “darle sentido”, en vez de “creer que eran así por ser poco inteligentes, como les decían en la escuela”.

“No hay que entenderse solo con un video”

Para cerrar, Trenchi fue consultada sobre qué le diría a un adolescente que, tras ver un video en redes, siente que por fin entendió lo que le pasa. Su respuesta fue clara, pero no desestimó esa necesidad de sentido: “Que no se conforme con eso. Que vale la pena preguntar, buscar, hablar con alguien que sepa. Y sobre todo, que no está solo. Que no hay que entenderse solo con un video. Porque eso, al final, también es muy solitario”.

La identidad en la era del síntoma

En un mundo donde todo se etiqueta, donde el algoritmo conoce mejor que nadie las palabras que tranquilizan y los síntomas de un individuo, el diagnóstico ha dejado de ser una herramienta clínica para volverse una forma de nombrarse. De existir. De tener un lugar.

Tanto Bafico como Trenchi, desde sus respectivas disciplinas, coinciden en un punto: el problema no está en los jóvenes, sino en el modo en que la cultura actual ofrece atajos para gestionar el malestar. Atajos que parecen caminos, pero que muchas veces son laberintos.

El riesgo no es solo el error del diagnóstico, la medicación innecesaria o la falta de tratamientos adecuados. El riesgo es más profundo: confundir una etiqueta con una historia; una receta con una escucha; un algoritmo con una conversación.

Y frente a eso, como subrayaron ambos especialistas, la solución no está en demonizar las redes ni en prohibir los nuevos lenguajes con los que los jóvenes intentan decir lo que les pasa. Está en acompañar. En explicar. En abrir preguntas antes que cerrar respuestas. En volver a habilitar el lazo con el otro.

Montevideo Portal – Jorge Bafico y Natalia Trenchi. Fotos: Javier Noceti

 

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