Por Ignacio Supparo: EUTANASIA “UN PASO MAS HACIA EL DECLIVE MORAL Y SOCIAL”

Por Ignacio Supparo: EUTANASIA “UN PASO MAS HACIA EL DECLIVE MORAL Y SOCIAL”

¿Qué significa dignificar la muerte? ¿Se puede rotular a la muerte de digna o indigna? ¿Quién determina la dignidad de la muerte y bajo que parámetros? ¿Cuándo la vida merece una muerte digna y por qué?

Las respuestas a todas estas interrogantes son tan complejas que solo 7 de los 195 países existentes en el mundo han legalizado la eutanasia.

Frecuentemente somos testigos de noticias en los medios en donde los legisladores impulsan la muerte y el caso de la eutanasia no es la excepción. El Senador Ope Pasquet fue uno de ellos y ya se escuchan este tipo de planteos en los futuros gobernantes del partido político triunfador en las últimas elecciones.

Uruguay pretende estar a la vanguardia de la inmoralidad y ser el octavo país que la legalice, sin siquiera tomar en cuenta los motivos por los cuales los restantes 187 no lo hicieron.

Sobran estudios e investigaciones que refieren a los terribles daños que implica la eutanasia para una sociedad y esos estudios son coincidentes con la evidencia empírica y la experiencia de aquellos países que la han legalizado. Sin embargo, inundados por la demagogia progresista, caemos siempre en el engaño, repitiendo como un loro las sandeces que refieren los políticos y los intelectuales o científicos afines al poder, con enormes dilemas morales y conflictos de intereses, sin detenernos jamás en cuestionarlas o, al menos, profundizar en este asunto. Así, caemos en la manipulación del político, los medios y los movimientos colectivos afines, sin nunca ponernos a pensar las consecuencias que podría acarrear, ni más ni menos, que la aceptación de la muerte intencional. Somos una especie de zombis que repite discursos ajenos.

Tratar de dignificar la muerte bajo parámetros humanos es un eufemismo con el único objetivo de justificar un acto inmoral y degradante. Es como cuando al asesinato de un niño en el vientre materno se le llama “interrupción voluntaria” tergiversando el lenguaje llamando interrupción a la extinción (como si la vida interrumpida pudiera reiniciarse en algún momento) y voluntario a lo involuntario (como si fuera voluntario para el bebe en gestación, a quien no le permiten nacer).

En la eutanasia la distorsión del lenguaje también se hace presente convirtiendo un crimen inhumano en un acto de misericordiosa solidaridad, un homicidio piadoso, para favorecer una muerte sin dolor, sin sufrimiento. Se manipulan las palabras y se nos habla de “muerte dulce” o “muerte digna” de forma de propiciar la aceptación social; ignorando el hecho central de que en la eutanasia un ser humano da muerte a otro, consciente y deliberadamente, por muy presuntamente nobles o altruistas que aparezcan las motivaciones que lo animen a ejecutar tal acción y por poco llamativo que sean los medios que utilice para realizarla.

Se interpreta entonces que la vida humana no merece ser vivida más que en determinadas condiciones de plenitud, frente a quienes estamos convencidos de que la vida humana es un bien superior y un derecho inalienable e indisponible, es decir, que no puede estar al albur de la decisión de otros, ni de la de uno mismo.

El dolor y la muerte forman parte de la vida humana desde que nacemos en medio de los dolores de parto de nuestra madre hasta que morimos causando dolor a los que nos quieren y sufriendo por el propio proceso que lleva a la muerte. Absolutamente nadie es ajeno al dolor.

Sin embargo, el dolor y la muerte no son obstáculos para la vida, sino dimensiones o fases de ella. Negar la naturalidad de estos hechos, intentando huir de ellos como si fueran evitables, es negar la propia vida. En ese sentido, el dolor y el sufrimiento, como cualquier otra dimensión natural de toda vida humana tienen también un valor positivo si nos ayudan a comprender mejor nuestra naturaleza y sus limitaciones, si sabemos integrarlos en nuestro proceso de crecimiento y maduración. La persona que sufre y acepta su sufrimiento llega a ser más humana, pues comprende y hace suya una dimensión básica de la vida que ayuda a hacer más rica la personalidad. Sus familiares se humanizan también y comparten con el doliente el dolor, y en ese contexto aflora la empatía, la solidaridad, el amor, el perdón y el arrepentimiento. El sufrimiento lleva también a la sanación de la consciencia y a la restauración de vínculos afectivos.

Paradójicamente, pretender huir del dolor físico es privarse de la sanación mental y social en muchos otros aspectos de nuestra vida.

El dolor es inevitable y el esfuerzo de la ciencia moderna por mitigarlo es encomiable, pero dicho esfuerzo no puede convertirse en un valor absoluto, en la que se pasa de la mitigación del sufrimiento a su eliminación.

El grado de sufrimiento no es un criterio apto para medir la dignidad humana, pues ésta conviene a todos los seres humanos por el hecho de serlo; el dolor y la muerte serán dignos si son aceptados y vividos por la persona; pero no lo serán si alguien los instrumentaliza para atentar contra esa persona.

Los analgésicos y la medicina paliativa, por un lado, y el consuelo moral, la compañía, el calor humano y el auxilio espiritual, por otro, son los medios que enaltecen la dignidad de la muerte de un ser humano que siempre, aun en el umbral del fin de su vida, conserva la misma dignidad. Transitar el camino hacia la muerte con hidalguía es lo que dignifica la vida pues la dignidad nada tiene que ver con la muerte sino con la vida. No hay muertes dignas, solo la vida lo es.

Vivir matando seres humanos por una supuesta piedad o misericordia es indigno.

En nuestra cultura actual del simplismo, la comodidad, la frivolidad y el relativismo moral la vida se ha tornado descartable y la eutanasia es parte de ese proceso vital de descarte. El derecho humano absoluto de la vida no está en relación a las circunstancias de salud del ser humano ni a si se trata de un ser sufriente o no. La vida no se puede subjetivizar ni relativizar y no depende de las condiciones individuales humanas. Hoy es su sufrida salud, mañana la incomodidad, pasado la conveniencia. Es una puerta que no se debe abrir y si se abre, luego muy difícil de cerrar. El aborto es un clarísimo ejemplo de ello.

No sean incautos. La eutanasia se presentará ante ustedes por los demagogos mostrando casos movilizantes, de terrible sufrimiento, y buscarán justificar el acto inmoral presentándoles el peor caso posible, y una vez que hayan logrado conmoverlos – quien no lo estaría – la legalizarán. Luego la excepción se convertirá normalidad hasta que la eutanasia será una opción siempre, hasta cuando se padece un trastorno mental. Es decir, cuestiones muy menores, que no fueron planteadas cuando se legalizó.

Este es un tema moral y objetivo, que no se puede abordar en base a la sensibilidad personal, los sentimientos subjetivos o las circunstancias personales, puesto a que el relativismo lleva a conclusiones objetivamente inhumanas. Y en esa inhumanidad nos convertimos en una sociedad de la muerte.

El respeto por la vida y la defensa de la misma no es materia de consensos, no depende de los votos emitidos ni de la regla de la mayoría en un recinto parlamentario. Ese derecho es inalienable, individual y no delegable. Las votaciones parlamentarias no modifican la realidad del hombre, ni la verdad sobre el trato que le corresponde. Toda vida es digna, a pesar de las circunstancias. Una ley inmoral no es justa y no debe ser obedecida.

Hay que eliminar el sufrimiento humano, pero no al ser humano que sufre.

Nadie quiere sufrir, nadie elije la agonía, todos queremos tener una buena muerte, sin dolor. Cuando eso no sucede, la opción no puede ser matar el sufrimiento, tiene que ser acompañamiento, amor y cuidados paliativos. Así se vive dignamente hasta el último suspiro para luego simplemente morir.

Como réferi anteriormente, los inmorales tocan la fibra emocional de la opinión pública y ponen ejemplos terribles, logran la aprobación y luego la gente repite y repite hablando muy livianamente de del tema, quedándose con el relato socialista, pero sin nunca estudiar profundamente este asunto tan delicado que jamás puede analizarse a través de casos puntuales y excepcionales.

Cuando uno les muestra la inmoralidad y las consecuencias desastrosas para una sociedad de la legalización de la eutanasia, recién allí son conscientes de la magnitud del problema.

Aquí les refiero solo algunas de las consecuencias de legalizar la eutanasia:

1. La eutanasia desvaloriza la vida humana y la convierte en descartable.

2. Deshumaniza la medicina. Es la negación misma de la medicina cuya razón de ser es la curación del enfermo en cualquier fase de su dolencia, la mitigación de sus dolores, y la ayuda a sobrellevar el trance supremo de la muerte cuando la curación no es posible. La eutanasia no es una técnica, un recurso de la Medicina: la eutanasia expulsa a la Medicina, la sustituye.

3. Se prioriza los costos médicos y de las aseguradoras. Una vez sea legal, las mutualistas y seguros estarán predispuestas a eutanasiar a un ser humano cuando su enfermedad le insuma costos que ellos no están dispuestos a asumir. Se monetariza aún más la medicina, con vidas en juego, siendo quienes decidirán – y te convencerán – que debes ser eutanasiado.

4. Se destruye la relación médico – paciente. La eutanasia significa el final de la confianza depositada durante milenios en una profesión que siempre se ha comprometido a no provocar la muerte intencionalmente bajo ningún supuesto. Se quiebra el juramento hipocrático, rompiéndose así el vínculo sagrado entre médico/paciente y el médico será visto como un posible verdugo, que en caso de que tengas alguna dificultad de salud podría recomendar tu muerte. Esto está sucediendo en los países donde han aprobado la eutanasia, como ser Holanda, donde muchas personas deciden atenderse fuera del país por temor a que le apliquen la eutanasia.

5. Frena el progreso de la medicina. Los médicos se irán volviendo aún más indiferentes y decidirán que más vale eliminar el problema, que indagar las alternativas para solucionarlo.

6. Regresión en la Medicina Paliativa. Habrá mucho menos incentivos para invertir e innovar en cuidados paliativos de la enfermedad y la disminución del sufrimiento. La opción matar será siempre más seductora por eliminar el problema de raíz, sin costos añadidos.

7. Se flexibiliza el acto eutanásico para casos que no lo ameritan. Como sucedió con el aborto, se presentan casos particularmente emocionales, extremos, para justificar el acto, para luego extenderlo a situaciones muy cuestionables. Se inicia así una honda manipulación de la noción de dignidad, lo que es sumamente peligroso. Esto ya está ocurriendo en los países que la aprobaron.

8. Se le otorga un poder inmenso a los médicos sobre la vida de los demás, se pierde todo control del acto y el medico tendrá impunidad para matar sin que nadie se entere. Y no habrá forma de probar lo contrario. Se abusa y extienden los casos a eutanasiar, comenzando lo que se llama pendiente resbaladiza», como ya ocurren en Holanda.

9. Se presiona a los más vulnerables de la sociedad a no ser una carga y verse constreñidos a pedirla en contra de su voluntad, transformándose en una obligación implícita.

10. Es la antesala a la eutanasia involuntaria, aplicada sin el consentimiento explícito del paciente. Esto puede abrir la puerta a prácticas eugenésicas o eliminación de personas consideradas «no productivas» para la sociedad.

11. Conflicto con convicciones religiosas y morales, obligando a médicos y hospitales a participar en algo que consideran éticamente inaceptable, violando la objeción de conciencia.

Conflictos en el seno de la familia cuando no existe acuerdo ante la decisión de eutanasiar a un ser querido, y luego, el impacto emocional y psicológico de quienes practicaron el acto.

En fin, atentar en forma intencional contra la vida nunca es una opción. Matar jamás es una solución. La verdadera alternativa es la humanización de la muerte. Ayudar al enfermo a vivir lo mejor posible el último periodo de la vida. Ser respetuosos con la vida y también con la muerte.

No hay dignidad en morir, simplemente, nos morimos, con la responsabilidad de haber vivido dignamente.

La despenalización de la eutanasia comportará una decadencia ética.

Matar a un ser humano “dignamente”, es vivir una vida indigna hasta que te mueras.

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