El título no refiere ni a los productores de leche ni a las pasteurizadoras; trata de reflejar una expresión bien futbolera, que hace de “mala intención o mala fe” sinónimos del pueblerino “mala leche”. El jugador que (antes) iba con la plancha al tobillo del contrario, sin importarle la pelota en juego, era un “mala leche”, a quien luego en las crónicas llamarían “malintencionado”. Hace unos pocos días el Embajador (ese es su título de carrera diplomática) Francisco Bustillo, escribía que la ex subsecretaria Dra. Carolina Ache había obrado “de mala fe”. En el barrio le dirían “mala leche”.
Esa característica y la ignorancia, generan una mezcla terrible que enferma las mentes populares. No estoy diciendo que la gente común tenga mala fe; a veces lo único que aporta es ignorancia sana, lógica de no tener estudios jurídicos, históricos ni filosóficos, que le permitan entender lo que dicen algunos que tienen preparación, pero obran con “mala leche”.
Permítanme que haga esta síntesis dramáticamente simplista de uno de los problemas del día de hoy. En las redes, en las conversaciones, en las intervenciones de oyentes en programas, la persona de pueblo “moja” su falta de información (harina) en “mala leche” que aportan algunos referentes y se produce una masa perniciosa.
Un trabajador, un desocupado, una persona común de barrio o del centro, no tiene porqué conocer leyes al detalle; en general tenemos un barniz que hemos recogido en la bendita formación general que nos daba la instrucción pública y que en algunos casos hemos podido fortalecer, leyendo u oyendo a personas preparadas. Esa “pintura” formativa puede ponerse brillante o descascararse, según se frote con más conocimiento o con conceptos equivocados o hasta malintencionados. De ahí saldrán posiciones deformadas ante hechos que quienes han estudiado, hasta se encargan de retorcer. Por algo hay quienes intentan quitar de los estudios curriculares, aquellas disciplinas que ayudan a pensar; quienes tienen dificultades para aprehender (con h) conocimientos, son vulnerables a quienes se los deforman intencionadamente.
El peligro es para toda forma de pensamiento, no sólo para el progresismo. Quien no logra integrar los elementos a su forma de actuar (aprehender), puede ser presa fácil para los que tratan de masificar a la gente.
Algo así está pasando con el caso Marset (o caso Lacalle). La lógica y sana ignorancia de la gente común, llevada a ribetes de fanatismo por parte de referentes políticos, crea un caldo de cultivo ideal para la mala convivencia. Si un candidato a la presidencia de la República, dice que “hay manija del Frente Amplio” en el pedido de discutir con seriedad las conductas del presidente a su regreso de USA, se está fomentando mezclar ignorancia (lógica) con mala intención inyectada. Si un ministro de Cultura le falta el respeto al derecho de los docentes a parar ante la agresión a un colega, y trata de enfrentarlos con padres y comunidad, vuelca litros de mala leche sobre un hecho de defensa de unos trabajadores.
El Estado, a través del gobierno que ha pedido para administrar, debe sembrar conocimiento, raciocinio, tolerancia, convivencia pacífica en la población. El país es un territorio, un pueblo y unas instituciones generadas a través del tiempo democrático, que el gobierno debe administrar, pero no envenenar.
Lo que piense el gobernante es lícito, pero no siempre cierto. Referentes de la coalición pretenden instalar la certeza de que el “presidente es único”, “que todo lo hace bien”, “que nadie da la cara como él”. Tienen derecho a pensarlo, pero no a fanatizar en contra de quienes pensamos diferente. No se trata de asegurar que toda acción gubernamental es perfecta, ni lo contrario. Debe tratarse de razonar, pensar, informar; pero no envilecer el pensamiento ajeno tratando de instalar ideas hegemónicas. Quienes hoy tratan de desarrollar desde el gobierno (y usando los recursos del Estado) la idea de que Lacalle es perfecto, violan la confianza popular. No es cierto, por ejemplo, que hubiera OBLIGACION de darle pasaporte a Marset; posiblemente se le podía dar un documento válido por un viaje con un único destino: Uruguay (art. 33 del decreto 129/2014). No hubiera huido. Se le dio un pasaporte, huyó y pasamos vergüenza en el mundo.
Lamentablemente no es lo único que mezcla ignorancia con curiosidad. ¿Qué hablaron, de verdad, Balbi y Ache? Un ciudadano (Balbi) entra de la calle al ministerio, pide (a la sub secretaria) una información sobre valija diplomática a Emiratos Árabes, no dice para qué y la ex vice canciller se la proporciona al minuto sin hacer preguntas al respecto…
En este caso la ignorancia y la curiosidad, corren por mi cuenta.
Ramón Fonticiella es Maestro, periodista, circunstancialmente y por decisión popular: edil, diputado, senador e intendente de Salto. Siempre militante.