En el liceo me enseñaron que “en la materia nada se pierde, nada se crea: todo se transforma”. Lo dijo Antoine Lavoisier allá por el siglo XVIII. La aseveración se basó en múltiples experiencias y estudios que le valieron la consideración de Padre de la Química Moderna.
Me quedé, como mucha gente, con la frase del francés como símbolo de que todo cambia, aunque sus elementos no desaparezcan. Pensemos. Sin ir más lejos en el terrible incendio de estos días en las afueras de Montevideo, que consumió un depósito de plástico: los materiales se transformaron en humo, cenizas, escombros; hubo transformación. En cada bombardeo sobre el territorio que sea, la vida se transforma en muerte, el movimiento en quietud, los edificios en escombros, las risas en soledad…
Más allá de la materialidad, también puede aplicarse la sentencia del químico. Los golpes de martillitos de fieltro sobre cuerdas tensadas de diferente manera, se transforman en deliciosos sonidos de un piano, por ejemplo, para usar una figura rayana en la creación.
Hace algún tiempo alguien, que no recuerdo, aseguró que la Ley de Lavoisier no es químicamente real; no fui capaz de encontrar los argumentos, pero a los efectos de esta columna no es necesario: no hablaré de química. La frase será un simple disparador.
En la Transformación Educativa, que impulsa el gobierno uruguayo y resiste gran parte de los educadores ¿de verdad nada se pierde, sólo hay transformación?
Tengo muy serias dudas. Como hombre común, como maestro jubilado y político, creo que hay destrucción de formas creativas de pensamiento. Lo afirmo sin dominar en profundidad los alcances de los cambios en bachilleratos, asignaturas y cargas horarias. Me ha bastado solamente mirar una vez más la web de “la transformación”, y encontrar que su slogan clave es “aprender más”. La frase está colocada como sustento en la imagen “Transformación Educativa”. Es todo un símbolo hacer centro en “aprender”, es decir recibir conocimientos, cual recipiente a llenar. Es la antítesis de la socrática concepción de que “educar” es “dar a luz las ideas”, es decir desarrollar desde dentro del individuo. Ese concepto es uno de los básicos de la Escuela Nueva, que marcaron un camino claro hacia el desarrollo de la persona como sujeto de la educación, y no como objeto a terminar. Pueden decirme, que el mundo ha cambiado; es verdad, pero el ser humano sigue siendo lo que siempre fue; su desarrollo es propio y único, favorecerlo no puede cambiarse por el concepto de un “cajón a rellenar”, a no ser que se cambie el objetivo de la educación.
No comparto otra frase clave de la página de la Transformación: “Que todos los estudiantes aprendan, permanezcan en el sistema educativo y egresen con herramientas para desempeñarse en la vida”. Conozco del sentido figurado o simbólico que se puede dar a palabras o expresiones, pero me supera intelectualmente la idea de egresar “con herramientas para desempeñarse en la vida”. El estudiante, en tanto ser humano igual sólo a si mismo, no puede ser receptor de herramientas, como si su destino de “operario” sea lo único trascendente. Lo central de la educación, para el desarrollo humano, debe ser promover las capacidades de cada ser individuo en el marco social. No es posible que sólo se prepare operarios, aún cuando los haya del intelecto; esto condenará a que se fortalezca la idea feudalista de “señores, vasallos y siervos”. Puede parecer exagerado, pero no lo es. La división del mundo entre poderosos y desposeídos no pasa sólo por lo económico inmediato, sino que se fundamenta en fortalecer una clase dominante, desde el intelecto y la economía, y otra que tenga “herramientas para la vida”. Viva para servir, con todas las licencias interpretativas.
Es triste llegar a estas hipótesis, en un país donde en el siglo XIX, se fomentó el desarrollo igualitario a partir de la educación. José Pedro Varela no se hizo odiar en vano por sus amigos principistas, cuando aceptó llevar adelante su Reforma Educativa en tiempos del dictador Latorre. Estoy convencido que se arriesgó a ello para la igualdad de oportunidades para todos, mediante la Educación del Pueblo…
No siempre todo se transforma: muchas veces hay destrucción. Cambiar la matriz de pensamiento humanista del pueblo uruguayo, por una que básicamente implique sumisión individual o colectiva, es un acto de destrucción; no hay creación.
Posiblemente estas ideas espanten a unos, parezcan ridículas a otros, y solamente lo aprecien, quienes tienen al ser humano como centro inamovible de la acción social y política. Como centro verdadero, no sólo de los discursos.