Por el Maestro Ramón Fonticiella – Como Inodoro: mal, pero acostumbrau

Por el Maestro Ramón Fonticiella – Como Inodoro: mal, pero acostumbrau

Roberto Fontanarrosa, como gran parte de los humoristas, fue un filósofo de la vida, que plasmó sus análisis de la realidad en chistes, viñetas, historietas cargadas de veracidad, aunque quizás no se lo haya propuesto con perspectiva política. Su personaje “Inodoro Pereyra y el perro Mendieta” fueron y siguen siendo lecciones capaces de hacer entender la vida, aún a quienes no quieren reconocerla. Una de sus imágenes gráficas e intelectuales más representativas es la respuesta de Inodoro a la pregunta de “¿Cómo anda Don Inodoro?”; “Mal, pero acostumbrau”… fue la respuesta.

No se necesita haber leído a ningún teórico pasado o presente, para descubrir la tremenda ironía de la respuesta del personaje: no sólo sabe que está mal, sino que asume que se acostumbró a estarlo, que esa es su condición natural como clase dependiente.

El ejemplo de Fontanarrosa puede repetirse en Quino y en muchos “humoristas” más; sus presentaciones en general van cargadas de vivencias, que tomamos como verdaderos descubrimientos, aunque sean gotas de realidad.

El acostumbramiento del ser humano a pasar mal y tomarlo como una condición inherente a si mismo, es de las vivencias más tremendas que pueda ocurrir. Salvando distancias, es como si un torturado asuma como condición de vida, vivir en el dolor provocado por otro. Si estas teorizaciones no fueran absolutamente actuales en la vida diaria de estos países, podrían ser propias del argumento de una serie de terror.

La realidad es tal cual lo pinta la imagen que trato de crear. Cada vez más personas aceptan, normalizan y viven en una situación de dolorosa sumisión social y económica que no quieren, pero que el mundo en que viven, les impone como realidad indiscutible, porque esa es la filosofía de quienes tienen el poder; es el modo de operar de quienes tienen fuerza y la imponen sobre quienes no la tienen, ya sea económica, social, política o militar. Quienes son desplazados de sus territorios y obligados a emigrar, están aceptando que para sobrevivir deben huir; quienes trabajan sólo para mal alimentar su cuerpo o el de sus familiares, y volver a trabajar al otro día, aunque no quieran asumen que esa es su condición; quienes aceptan volver a tener un empleo perdido, con retribución inferior en poder adquisitivo, lo hacen porque se saben dominados… Muchos pueden ser los ejemplos, la mayoría extraídos de la realidad de Uruguay, país capaz de producir alimentos para muchos millones, pero incapaz de alimentar a todos sus habitantes. La filosofía de quienes tienen el poder, circunstancialmente, los ha convencido de que deben ganar menos, vivir peor, para seguir ganando poco y cada vez con menores horizontes.

Estos razonamientos me han surgido luego de observar el informe del Instituto Cuesta Duarte del PIT CNT, sobre la realidad salarial del Uruguay, al momento actual. No todos los que lo necesitan, tienen trabajo; de los que lo tienen, tres de cada diez, ganan menos de 25.000 pesos por mes, trabajando cuarenta horas por semana; en esos tres, hay muchos que apenas llegan a 15.000 pesos. Son más que números: es una pintura de la realidad. Alquiler, comida, ropa, medicinas, estudios, transporte. Imposible cumplir siquiera con estas básicas; el empobrecimiento es galopante, aguijoneado por realidades asfixiantes. ¿Cómo hacen los padres, para alimentar, vestir y dar digna instrucción a sus hijos, aún suponiendo que trabajen los dos…? ¿Cómo hace la familia, aún con ingresos algo mejores, para lograr una mínima estabilidad sin contraer deudas? Ahí viene el tiro de gracia a la vida digna: tomar créditos en el terrible mercado financiero, endeudarse con organizaciones, legales o no, que carcomen con o sin tarjetas las entrañas de la familia. Todo dentro de la normalidad institucional de una república democrática, cuyos ciudadanos eligen gobernantes, aunque son ajenos a la filosofía de vida que éstos y la clase económica dominante les impone; sin un tiro, sin látigos, a pura filosofía publicitada y sostenida por una fenomenal estructura al servicio del fortalecimiento de quienes ya son poderosos. Esa colonización de conciencias es obscena, aunque sus cultores digan que a nadie obligan y que rebelarse contra ella es ir contra la nación. Todo lo contrario. Ha quedo revelado a través de la historia (que cada vez tiene tramos más cortos) que no se necesitan cañones ni revólveres para oprimir a la población, ni tampoco ésta los necesita para liberarse. Así como quienes hoy imponen su filosofía en el mundo y lo destrozan, los sojuzgados tienen la principal herramienta para liberarse: el razonamiento. Muchos dirán que los oprimidos prefieren salir a tomar cerveza y endeudarse, lo cual es parcialmente verdadero; esas masas son objetivos de fenomenales campañas de masificación, donde por algún lado aparece un salvador/a que piensa por ellos, le “soluciona la vida” con unas migajas a cambio de ser escalón para trepar.

Seguramente aquí se han juntado ideas que cíclicamente se han dado en el mundo; pero siempre ha habido revolucionarios que han dado el empujón para cambiar de página: Cristo, los revolucionarios de Francia, José Artigas…y cuántos más.

Lo grave para el ser humano no sólo es estar mal; lo dramático es acostumbrarse, porque pierde humanidad e inicia un tránsito vegetal, que le hará depender de que siempre le echen agua, para no secarse.

Las cargas filosóficas no aumentan el sueldo, no bajan el precio de la carne, pero pueden abrir ventanas a la luz, sacar telarañas de las mentes, humanizar la vida.

En las democracias como la uruguaya, eso puede hacerse cada cinco años; pero con mucho pensamiento, abundante solidaridad y confianza en quienes buscan el bien común. Ni Cristo ni Artigas, buscaron cargos; aunque no cosecharon en vida, su siembra sigue alimentando intelectos.

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