De familia proletaria y fanático de Bobby Fischer, en plena Guerra Fría se ganó la vida con el ajedrez. Osciló entre la literatura y los guiones de TV, pero a mediados de los 90 se cansó de Hollywood y se retiró. En 1996, a los 48 años, publicó “Game of Thrones”, primera novela de la saga en la que se basó la serie de HBO, una de las más exitosas de la historia. Hoy cumple 75 años
A los 75 años, cumplidos hoy, George R.R. Martin tiene -además de aspecto de marinero mezcla con gnomo o enano de jardín- éxito, prestigio y bastante dinero, lo lógico para un escritor y guionista estrella. Alguna vez dijo: “Todo hombre debería perder una batalla en su juventud para no perder la guerra cuando sea viejo”. Autoprofecía. Desde las primeras palabras que publicó de niño en el correo de lectores de Marvel (“Queridos Stan y Jack: ustedes son mejores que Shakespeare”), dirigidas a los guionistas Stan Lee y Jack Kirby, hasta la saga de novelas “Canción de hielo y fuego”, convertida en la serie “Game of Thrones” (HBO), conoció, cómo no, el fracaso. No uno sino varios. El primero fue “The Armageddon Rag”, novela de 1983 que no funcionó a nivel comercial, e hizo que se enfocara en escribir guiones de televisión. En 1985 se unió al equipo de guionistas de “The Twilight Zone” y luego al de “La bella y la bestia”, serie protagonizada por Ron Perlman y Linda Hamilton.
Otro momento bisagra en la carrera de Martin funcionó en el sentido inverso. A mediados de los 90, cansado de los condicionamientos de la industria audiovisual, que le rechazaba los proyectos más personales, se retiró de Hollywood y se radicó en Santa Fe, Nueva México, para volver a crear en libertad. En 1996, cuando ya tenía 48 años, publicó “Game of Thrones”, primera novela de la saga “Canción de hielo y fuego”, inicio de su conversión -paradojal, inesperada- en fenómeno de masas planetario, en rockstar de la escritura. “Cuando finalmente dejé la televisión y el cine y me dediqué a la prosa, a mediados de los 90, me dije: ‘Ya no me importa nada, voy a escribir algo tan grande como mi imaginación, voy a crear todos los personajes que quiera, castillos gigantes, dragones, lobos fantásticos, cientos de años de historia y una trama realmente compleja, un libro imposible de filmar’. La ironía, por supuesto, es que eso que yo creía infilmable fue lo que se filmó”, le contó a la revista “Time”. Su guerra ganada de viejo.
Manuscritos a un centavo
George Raymond Martin -luego se agregó el Richard y pasó a ser R.R., como su admirado J.R.R. Tolkien- nació el 20 de septiembre de 1948 en una casa pobre, sin biblioteca, en Bayonne, ciudad portuaria de Hudson, Nueva Jersey. Su padre, Raymond Collins Martin, era estibador; su madre, Margaret Brady, ama de casa: a ninguno de los dos le interesaba la literatura. Sin embargo, en aquella vivienda social donde sobrevivían con lo justo, George, el mayor de tres hermanos, creció leyendo a Shakespeare, Tolkien y los cómics de Marvel. No les permitían tener perros ni gatos, pero sí tortugas, que fueron fuente de inspiración del chico: las imaginaba como caballeros y lores en batallas épicas. A través de los vidrios de la casa, observaba un paisaje que, como todo alrededor, cobraba otra dimensión en su mente. “Veía, desde mi ventana, las luces de Nueva York allá a lo lejos y me parecía Shangri-La”. Shangri-La, un lugar exótico en Oriente creado por James Hilton en la novela “Horizontes perdidos” , luego adaptada al cine por Frank Capra.
“Mi familia no tenía dinero. Mi padre estuvo desocupado hasta que consiguió su trabajo de estibador en el puerto. Vivíamos en la calle 1 y mi escuela estaba en la 5: ese era mi pequeño mundo real. Los libros y las historietas me permitían expandir el horizonte”. También le permitieron formarse y empezar a ganarse la vida. Desde muy chico escribió relatos a mano, sobre monstruos y seres espaciales, que luego les vendía a sus compañeritos de la Mary Jane Donohoe School a un centavo de dólar. “Siempre fui escritor. Era mi forma de dar respuesta a mis ansias de aventuras. En algún momento subí el precio de aquellos manuscritos escritos en papeles precarios de uno a cinco centavos, más o menos lo que costaba un chocolatín. Pero mi carrera profesional como escritor infantil terminó de forma abrupta cuando un chico, que era uno de mis clientes, empezó a tener pesadillas. Su madre vino a quejarse con la mía y aquella etapa se acabó”.
Pasión por Bobby Fischer
Junto con la literatura y las historietas, el ajedrez -ese juego milenario hecho de figuras medievales que batallan sobre un tablero- fue otra de sus pasiones juveniles, sobre todo desde en las épocas de estudiante secundario en la Marist High School, y universitario, de la carrera de periodismo en la Northwestern University de Evanston, Illinois. “El ajedrez fue una gran parte de mi vida. En la escuela secundaria me convertí en capitán del equipo; en la universidad fundé y fui presidente del club de ajedrez de Northwestern”, contó. En 1970 se recibió de periodista y empezó su carrera de escritor profesional. Pero el ajedrez, que desplaza a la vida, como lo explicó bellamente George Steiner en su ensayo “Muerte de reyes”, se le apareció a Martin como un posible destino que, para felicidad de sus lectores, finalmente desechó. Todo no se puede.
Pero a comienzos de los 70, en plena Guerra Fría, Bobby Fischer se convirtió en una especie de superhéroe norteamericano, un genio temerario y excéntrico que enfrentó, en soledad, a la poderosa “maquinaria” ajedrecística de la Unión Soviética, hasta entonces invencible. En 1972 se coronó campeón mundial en el match contra Boris Spassky, en Reikiavik, Islandia. Martin, que aún se debatía entre el ajedrez y la escritura, quedó maravillado. No es raro que, ya en el siglo XXI, le pasara lo mismo con la serie “Gambito de dama”, una extrapolación de la historia de Fischer a una ajedrecista ficcional interpretada por Anya Taylor-Joy. “Me impactó mucho. Me impresionó especialmente que los productores y directores acertaran con el ajedrez. Demasiadas de las partidas de ajedrez que se ven en las películas y series son una mierda. Se muestra a los grandes jugadores cometiendo errores elementales, las piezas en el tablero están en posiciones imposibles. En ‘Gambito de dama’ no”.
Entre 1973 y 1975, dirigió los torneos de la Asociación Continental de Ajedrez, lo que le permitía mantenerse económicamente y tener tiempo para escribir. “Pasé de ser ajedrecista a focalizarme en mi trabajo de director de torneos. Tenía veintitantos y no paraba de escribir. Vendía algunos cuentos. Mi gran sueño era escribir a tiempo completo y mantenerme con la ficción. Pero no ganaba lo suficiente como para pagar el alquiler y la factura del teléfono. Así que tuve que aprovechar la entrada económica que me daba el ajedrez”. Entre 1976 y 1978 dio, además, clases de inglés y de periodismo en el Clarke College, luego Universidad Clarke, en Dubuque. En esa época, la escritura ficcional empezaba a darle ganancias de todo tipo.
Las dos esposas
A los 21 años, un Martin de pelo largo, todavía universitario, influido por Woodstock y el hippismo, la carrera espacial y la llegada del hombre a la luna, el tenso mundo bipolar y la Guerra de Vietnam, le vendió por primera vez un relato a una revista. El cuento, “The Hero”, ambientado en el espacio, se centraba en un supersoldado mejorado genéticamente que intentaba ser dado de baja. La historia estaba inspirada en los testimonios de los veteranos de Vietnam, recién regresados de la cruzada anticomunista al infierno. Martin, de hecho, fue convocado a combatir, pero se negó a alistarse. Interpuso una objeción de conciencia, lo que lo salvó de la guerra aunque le costó una condena a dos años a hacer trabajos comunitarios, entre 1972 y 1974. La escritura de “The Hero” había sido la sublimación del antibelicismo de un escritor bélico y, también, la demostración de que podía ganar dinero, tal vez mantenerse, con sus ficciones. “Me pagaron 94 dólares. Eso era mucho dinero en 1970″, declaró Martin más de cuarenta años después, con 125 millones de dólares como patrimonio.
Ojo, no lo pensemos como un nerd. En 1974 conoció a Gale Burnick en una feria de cómics; en 1975, a Parris McBride, en un sauna, Kubla Khan, en Nashville, donde había ido a divertirse con amigos. Ambas iban a convertirse en sus esposas. Aquel primer acercamiento a McBride se dio cuando estaba comprometido con Burnick. “Estábamos de fiesta en un sauna. Parris entró y una cosa llevó a la otra. Nos pusimos a jugar a peleas de caballitos en el agua. Me sentí atraído. Sin embargo, tuve la sensación de que ella se sentía atraída por su amigo Joe Halderman, que afortunadamente estaba casado y no se separó. Pero seguí adelante y ese año, 1975, me casé con Gale. La canción de casamiento fue ‘Un puente sobre aguas turbulentas’, de Simon & Garfunkel, tal vez una pista de lo que iba a pasar”. En aquel 1975, Martin había ganado el Premio Hugo a la mejor novela corta, por “Una canción para Lya”, y empezaba a vender relatos y guiones de ciencia ficción, fantasía y terror para Hollywood. Su matrimonio con Burnick se iría erosionando por el estrés laboral, la convivencia, los celos y otras turbulencias. Se divorciaron en 1979.
Dos años después, retomó el contacto con McBride. “Ella trabajaba de camarera en un restaurante lésbico-feminista. Compartíamos ideología (Martin es demócrata) y el gusto por la fantasía, la ciencia ficción, los disfraces, los sombreros y los gatos”, recordó. Jamás iban a separarse. Sin embargo, durante los primeros años la relación fue a distancia. Y se casaron tres décadas después del reencuentro, en 2011, cuando Martin ya se había convertido en un escritor/guionista estrella. La boda se hizo al estilo de una ceremonia medieval, con la pareja y los invitados disfrazados y con hachas. George y Parris no tuvieron hijos; dijeron que Mulligan, su primera mascota, un gato, era su primogénito. McBride, fanática de las creaciones de su marido, le pidió un favor o, más bien, le impuso una condición: que en “Juegos de tronos” no matara a Arya Stark, la hija más joven y fuerte de Ned Stark, interpretada en la serie por Maisie Williams.
Cobrar vida
A pesar del éxito total de la serie “Juego de tronos”, Martin diversificó sus pasiones y negocios. En 2013 compró el cine Jean Cocteau y el bar Coffee House, que había cerrado en 2006. De hecho, no había terminado la saga “Canción de hielo y fuego”, y aún no la terminó. Tras haber publicado la primera novela, “Juego de tronos”, aparecieron “Choque de reyes” (1998), “Tormenta de espadas” (2000), “Festín de cuervos” (2005), “El caballero misterioso” (2010) y “Danza de dragones” (2011). Quedaban pendientes “Vientos de invierno” y “Un sueño de primavera”, última obra prevista de la serie, que terminó adelantándose a los libros de Martin desde su sexta temporada.
El año pasado, antes del estreno de “La casa del dragón” -precuela de “Juego de tronos”-, basada en su novela “Fuego y sangre”, Martin recordó el momento en que vio la filmación de una escena de “Juegos de tronos” en Europa: “Maisie Williams y Sean Ben rodaban una secuencia en la que Arya Stark habla con Ned Stark mientras hace equilibrio en lo alto de una escalera. Fue un momento mágico. Me hizo decir: ‘Acá están mis personajes, han cobrado vida. Están diciendo lo que escribí. La escena era más o menos como la había imaginado al escribirla. No hay nada parecido a esa sensación, la sensación de que las creaciones se independizan del autor y por fin cobran vida”.