El caso de una pareja de médicos en Argentina conmovió al país vecino. La familia fue inundada de mensajes de afecto.
Gustavo Salemme tenía 67 años y su esposa, Adriana Cheble, 62. Los unía el amor, la familia que formaron y la carrera que estudiaron juntos y a la que se dedicaron con pasión y vocación. Tras cuarenta años juntos, el coronavirus se los llevó casi a la misma vez, privándolos de la dicha de conocer a su nieto que está por nacer.
Matías Salemme tiene 37 años y vive en la ciudad de Córdoba. En declaraciones al medio local Infobae, cuenta que en los últimos días ha recibido incontables mensajes de gente que amaba a sus padres y quería hacérselo saber.
“Vos no me conocés, pero tu papá fue mi jefe en el Hospital Pediátrico durante muchos años: lo apreciaba muchísimo”, cuenta uno. “Trabajé muchos años con tu mamá en el Hospital Provincial. Sinceramente la noticia fue una piedra directo al corazón. Compartí con ella muchas horas y, fiel a su estilo noble y de buen corazón, forjamos una amistad”, recuerda otra.
Gustavo y Adriana eran médicos. Él, especialista en diagnóstico por imágenes y médico laboral; ella, médica clínica y auditora médica. Matías cuenta que desde el inicio de la pandemia trabajaron muy duro.
Como sucede con muchos trabajadores de la salud, su posición en primera línea de combate contra el virus aumenta su riesgo de contraerlo. Primero se contagio ella, y poco más tarde le tocó a él. Por desgracia, sus cuadros se agravaron y ambos fallecieron este mismo mes, con pocos días de diferencia.
“Al principio se aislaron en su casa. Después, como empezaron con insuficiencia respiratoria, se internaron en el Hospital Privado, donde trabajaba mamá”, recuerda Matías.
Gustavo y Adriana se conocieron cuando eran adolescentes y estudiaron la carrera de Medicina juntos. Mientras cursaban, para costear los estudios trabajaron en un colegio de Córdoba: él como secretario y ella como preceptora.
Su hijo recuerda que luego de recibirse, ambos se dedicaron de lleno a la profesión que habían elegido, y lo hicieron con un sentido humanitario que superaba lo meramente profesional.
“Cuando fue el brote de cólera (a principios de los 90) se fueron a trabajar al Norte. Papá compró una filmadora y registró lo que pasaba con la idea de armar un documental. Tenían mucha vocación y amor por el prójimo”, recuerda Matías.
Cuando sus padres se contagiaron, Matías fue quien se puso al hombro la situación. “Mi hermana está embarazada y mi hermano menor, como vivía con ellos, también se contagió. Fui el único de la familia que no se tuvo que aislar”, narra.
Durante días s encargaba de las compras de la familia, y conversaba con sus padres desde la acera. Por desgracia, ambos progenitores empeoraron y fueron hospitalizados. Ese día fue hasta el hospital y pudo verlos por una ventana. Fue la última vez.
El estado de Gustavo pronto requirió su ingreso en cuidados intensivos, algo que pronto también ocurrió con Adriana. “Mis viejos estaban casados hace 40 años. Nacieron para estar juntos y se fueron juntos. No podía suceder de otra forma”, dice Matías.
“Más allá de lo que creas de la pandemia, de la cuarentena y de las restricciones, estés de acuerdo con el Gobierno o no, yo te puedo decir que el virus existe y si te toca es cruel. Podés perder al ser más amado en cuestión de días. A mí se me murieron mis viejos con una semana de diferencia. El certificado de defunción dice COVID-19”, asegura Matías.
Con su reflexión, sostiene, pretende generar conciencia social. “Hay que cuidarse a uno mismo y cuidar al prójimo. Es un trabajo que tenemos que hacer entre todos. Hay que ser responsables en el cuidado y tomar medidas de precaución necesarias: usar tapabocas y mantener la distancia social”, apunta.
“Mis papás estaban en su mejor momento: viajaban, compartían tiempo con nosotros y estaban muy ilusionados esperando a su primer nieto. Su muerte es un dolor enorme que solamente se calma gracias al cariño infinito de la gente”, concluye.
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