América Latina debe defender la paz con firmeza. No se trata solo de evitar una guerra: se trata de preservar la soberanía, la autodeterminación y la dignidad de nuestros pueblos. La paz no es una palabra vacía ni un gesto diplomático, es una decisión política que exige valentía frente a las amenazas externas y coherencia frente a los desafíos internos. Nuestro continente no puede ni debe volver a ser el patio trasero de ningún imperio. La historia nos enseñó que cada vez que América Latina fue sometida a intereses ajenos, perdió vidas, libertad y futuro.
Sin embargo, hoy volvemos a ver señales alarmantes. La política exterior de los Estados Unidos enciende nuevamente las alertas en la región. La retórica guerrerista, lejos de disminuir ante el abismo de su impopularidad, se torna aún más peligrosa. En Uruguay y en el resto de América Latina no terminamos de asumir que un poder extranjero insiste en jugar con fuego, desplegando barcos de guerra, submarinos nucleares y tropas en el mar Caribe. Es una provocación inadmisible que pone en riesgo la estabilidad continental.
Sudamérica, con Colombia y Venezuela en el centro, se ha convertido en escenario de una estrategia de agresión que desconoce los principios básicos del derecho internacional. Las operaciones militares encubiertas en territorio colombiano, los insultos al pueblo colombiano y las amenazas de intervención en Venezuela reflejan un patrón de violencia política que revive los peores capítulos del intervencionismo norteamericano.
Frente a este escenario, nuestra voz desde el sur debe ser clara y unida: la paz, la soberanía y la dignidad de América Latina no se negocian.
