Como si el país fuera un vehículo de rodados neumáticos, este sábado 15 se puso a rodar con “cámaras nuevas”. Quedaron instaladas la de Diputados y la de Senadores.
En este enfoque no importa analizar la constitución de cada una, ni hablar de mayorías, acuerdos o desplantes (que los hubo, los hay y los habrá). Interesa tener claro que, como si Uruguay fuera un auto, camión o tractor, está en condiciones de rodar sin mayores sobresaltos.
Las dos Cámaras (con mayúscula por respeto a la más genuina imagen de la Democracia representativa) están en condiciones de marchar. Han tenido sesiones preparatorias, sus miembros fueron instalados en sus despachos, habrán previstos sus imprescindibles secretarías para funcionar, han delineado la organización de sus bancadas y hasta se han puesto de acuerdo en quiénes serán sus presidentes y vices por cinco años.
Sólo resta trabajar.
No caeré en el populismo de decir “para eso les pagan bien” o quejarme de que sus dietas son muy costosas. Después de haber asumido dos veces en la de Diputados y una en la de Senadores, conozco que no todo lo que brilla es oro y que no es lo mismo accionar viviendo a tres cuadras del Palacio, que a quinientos quilómetros; y no me refiero a los costos económicos. Pienso en los desarraigos que pueden deteriorar la tarea del legislador. Si quiere estar en todas las comisiones y asuntos posibles, se desapegará de su pueblo, de quienes lo eligieron; si se entrega a atender los asuntos de su comunidad, puede perder el hilo de lo que se maneja en la Avenida de las Leyes y en los ministerios, desconectándose de una parte central de su misión.
Es una tarea difícil, y no me venga con que se arregla con lo bien que le pagan; la dedicación, el sacrificio, la adquisición de conocimiento, la responsabilidad, no se compran con plata. Demasiados son los casos de quienes han armado desde las cámaras (con minúscula) soluciones personales o para sus círculos allegados, ignorando hasta lo prometido en las campañas. Es un tema de ética personal, pero también de colectividades ideológicas. La vida política me enseñó que “nadie está libre”; ningún partido es suficiente para espantar la codicia, la abulia o la corruptela. Sólo la fuerte convicción de cada individuo y el control de su entorno partidario, construyen las condiciones para trabajar bien en las Cámaras (con mayúscula).
La experiencia personal me enseñó que la del Diputado es la tarea más difícil, aunque tenga que asistir a menos comisiones parlamentarias, su responsabilidad se aumenta porque se debe al PAIS y a su DEPARTAMENTO. Cuántas veces vi a colegas que no supieron salir de esa encrucijada, o lo hicieron olvidando a uno de los territorios. Por ejemplo, cuando presenté el proyecto de destinar a los departamentos del Río Uruguay, parte de los fondos que se obtienen por la generación de electricidad en Salto Grande, fui el único diputado salteño que lo votó. Los otros dos obedecieron los mandatos de su centralismo partidario y hoy tenemos la situación de repartija de bienes que se hace desde la Comisión Técnica Mixta. Debe haber muchos ejemplos más, pero ¡cuánto debe pesar la mano cuando debe levantarse por el terruño, desoyendo órdenes partidarias…!
Para rodar bien, hay que tener en la memoria los compromisos asumidos con cada población.
En el caso de nuestro lejano y postergado Norte, los diputados de todos los partidos son testigos de la postración social y económica que se arrastra. Deben constituirse en herramientas de promoción de desarrollo. Los legisladores pueden y deben hacer mucho. En ningún lugar de la Constitución reza que su función debe dirigirse sólo a quienes los votaron. Si así lo hicieran siendo senadores, no estarían cumpliendo con la Promesa de asunción; si fueran diputados, habrían borrado los rostros de sus coterráneos con necesidades variadas y estarían enfrentando a su conciencia.
Ojalá que, sin distinción de partidos, todos recuerden el pago chico, donde no se sirve café y agua, ni se recibe el trato de “señor legislador”, pero está la gente que confía en la Democracia.
Ramón Fonticiella es Maestro, periodista, circunstancialmente y por decisión popular: edil, diputado, senador e intendente de Salto. Siempre militante